viernes, 14 de febrero de 2014

El cochecito (I)

Finalmente, después de la tira de tiempo, tenemos coche.

Ya nos habíamos olvidado de que lo habíamos encargado. De hecho, un poco más y nos caduca el carné antes de que llegue.

En Navidad nos fuimos a España, y a la vuelta, sin comerlo ni beberlo, contactaron con nosotros desde el concesionario, con un correo escueto: "Tenemos buenas noticias para ustedes", y los datos de contacto del tipo del servicio de entrega. Ya no era la rubia que nos había atendido. Se ve que a las rubias sólo las ponen para atender a los clientes que aún no han comprado. En cuanto has pagado, los papeles pasan a tipos con pelo en pecho.

Vamos, no es que le haya visto el pecho, pero a la rubia tampoco. Igual tenía pelo (rubio, supongo).

El caso es que nos pusimos en contacto con el señor.

- Cerramos a las cinco.

- Genial. Y yo a las cinco estoy trabajando.

- Ah.

Estos belgas, siempre tan propicios. Hay que decir que el departamento de la rubia, el de vender coches, trabaja hasta las siete, y los sábados también. Curiosamente, el departamento de entregarlos (una vez has pagado, etc.) tiene un horario mucho menos flexible.

- ¿A qué hora abren?

- A las ocho.

- Pues menos mal. Hasta las ocho y media no entro yo.

Total, que me paso por allí antes de que pusieran las calles, con bicicleta y todo. No tengo muy claro si está bien visto entrar en un concesionario con una bicicleta, pero yo no pregunté. Localicé al pollo que se había puesto en contacto con nosotros.

- Pues el coche ya está en Bélgica.

- Pues tráiganlo a Bruselas, ¿no?

- Bueno, primero hay que terminar con algunos trámites.

Ya decía yo...

El primer trámite era pagar lo que faltaba del precio, cosa que convendremos en que al concesionario le debía parecer importante. Pero bueno, como había pasado tantísimo tiempo desde que lo encargamos, el dinero que había apartado en el banco para pagar el coche incluso había dado intereses. Me dieron la factura y la pagué por la tarde. Así da gusto.

El segundo trámite era matricularlo. Como los belgas son así y tienen el primer ministro que tienen, para pedir las placas de matrícula te dan un formulario rosa, como mi mochila. Te pillas un seguro, con lo cual te dejas el riñón que te quedaba después de perder el otro pagando el coche, y acto seguido, olé, envías el formulario rosa plagadito de sellos, y esperas que te lleguen las matrículas. Mientras tanto, el coche sigue en el concesionario, esperando a su amo.

Las matrículas en Bélgica llegan por correo postal. No vas a un sitio a recogerlas, ni nada de eso, ni el concesionario te pone unas placas temporales para que vayas tirando un par de días hasta que te pongas las buenas. No. Igual hay otras opciones, pero a mí e tocó la del correo postal.

Obviamente, cuando llegó el cartero no estábamos en casa. Con lo cual dejó un papelito a mi nombre y, hala, se llevó las placas de vuelta a la oficina de correos, cuyo horario... bueno, para qué vamos a hablar una vez más de que los horarios de cualquier cosa en Bélgica coinciden con el horario laboral, y ni un minuto más. El caso es que el viernes por la tarde conseguí escaparme, dejé el resguardo y los treinta euros que cuesta hacerte con la matrícula y, bajo una lluvia de ésas que te hacen maldecir el momento en que pillaste la bicicleta, aún tuve tiempo de hacer otro recado en el ayuntamiento (pero de eso será cosa de escribir otro día), y acto seguido volví a casa, con el cartón que contenía las matrículas bajo el brazo, porque era demasiado grande para la mochila que llevo ahora, y que no es la rosa.

Llegamos a casa hechos una sopa, tanto el cartón con las matrículas como yo mismo. Me cambié y, claro, abrí el cartón para ver mis flamantes matrículas.

Allí sólo había una placa. Una. De la segunda, ni idea. Miré y remiré el cartón por todos lados, pero allí no había más que una carta (mojada, naturalmente) en la que me notificaban que me enviaban la placa, como si eso fuera una novedad, y me deseaban buena recepción. Buena recepción. Como las dos cosas iban juntas, si no me llegaban, tampoco iba a enterarme de que me deseaban "buena recepción", pero eso deben ser cosas del francés, que es un idioma sumamente relamido a la hora de escribir cartas.

El caso es que era viernes por la tarde, momento de cierre generalizado de las cosas, y allí estaba yo con cara de tonto y con una sola placa en la mano. Miré el número y era 1 GDT 182.

GéDeTe.

Encima cachondeo...

3 comentarios:

Alfina dijo...

Pelo en pecho? La rubia??? mhhh

Elfene dijo...

Que ne me entere ye que meres e le rebee !!! Pele en peche, JE!!!

gdt, gdt menede metréquele...

Alfor dijo...

Alfina, no lo sé. No hubo ocasión de comprobarlo (ni creo que la haya...)

Elfene, ese nick suena pero que bastante feo. Ame diría "¿para que decir 'folita'? ¿es tan difícil decir 'fene'?".